Las corrientes filosóficas y el rol docente en su correcta interpretación

Cuando uno estudia las corrientes filosóficas relacionándolas con la educación se puede evidenciar que el rol docente, dependiendo de las circunstancias, llega a tener características de la corriente con la cual se identifique el educador, es decir, el educador puede actuar de una o cual manera dependiendo a la corriente filosófica de su interés o agrado. A modo de ejemplo, se puede decir que el docente materialista cree sólo en lo visible; el pragmático aprende mediante la experiencia y lo menos posible de los libros; el racionalista menosprecia los sentidos como fuente de conocimiento; el existencialista respeta la libertad de decisión del educando (es libre de asistir o no a clases); el idealista considera que lo fundamental es la búsqueda de ideas verdaderas y, por su parte, el positivista es el controlador del proceso de aprendizaje a través de la aplicación de normas y técnicas. Pues todo va bien hasta ahora, pero ¿qué pasa cuando se comienza a pensar en absolutos? Sí, esto es posible pues cada una de las corrientes estudiadas, así como cualquier visión que se tenga sobre un tema, son susceptibles de ser abordadas desde un punto de vista absoluto, lo cual lleva a radicalizar sus postulados y, en muchos casos, a desvirtuar la intención de éstos. Para la presente oportunidad, vamos a considerar la corriente positivista, que con su paradigma racional y metódico, concuerda con la práctica de premiar al estudiante por sus logros y castigarlo por sus faltas, conducta que llevada al extremo puede conducir a los docentes a castigar los errores del estudiante en vez de las faltas, generando frustración e incluso afectando gravemente su autoestima en algunos casos. Esta dinámica de calificar de inaceptables los errores naturales de cualquier persona en proceso de aprendizaje, responde más al método de búsqueda condicionada, utilizada en el entrenamiento de mascotas, que a un real método de enseñanza que aproveche las capacidades cognitivas del estudiante y le motive de manera eficaz a adquirir el conocimiento que el docente desea entregarle. Vamos a plantear una pregunta: si se usa el método del castigo para enseñar, ¿será éste realmente efectivo? Si vamos y revisamos el condicionamiento operante en los tipos de aprendizaje, podemos darnos cuenta que resulta efectivo en las mascotas y, de hecho, fue en ellos que se aplicó al principio, pero que en el caso humano tiene limitantes pues para el aprendizaje humano es preciso la presencia de la cognición, y el conjunto de variables mentales que implica este aprendizaje. Volvamos entonces al condicionamiento operante, allí apreciamos que las conductas son espontáneas y sus consecuencias determinan el aprendizaje, de esta manera, las consecuencias agradables fortalecen la conducta y las desagradables la debilitan. Si un docente positivista, seguidor de normas y técnicas y además controlador del proceso de aprendizaje, considera que debe aplicar un castigo para que el educando «aprenda», no hay nada que garantice dicho aprendizaje puesto que tal castigo provocará una adquisición rápida e intensa de «lo que no se debe hacer», pero esto no se mantendrá en el tiempo, por tanto, el estudiante recibirá el castigo como «algo que no puede hacer», pero no existirá un proceso mental real y, por ende, no hay aprendizaje verdadero. Por todo lo dicho, aún se mantiene la interrogante: ¿el método del castigo será realmente efectivo? Es una buena pregunta para reflexionar. En definitiva, la afinidad de un docente hacia el positivismo, o cualquiera de las demás corrientes, debe ser manejada con responsabilidad por éste, evitando las visiones absolutas y conductas soberbias, teniendo la mente abierta a otros métodos y prestando atención a no desvirtuar la esencia detrás de lo que éstas plantean.

Waldylei Yépez

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